Propuestas desde el campo
Compartimos este artículo de nuestro amigo Enzo Aranda Rondinel. Músico, filósofo, miembro de la banda Crónica de Mendigos, codirector de la Academia de Música Mousiké.
Uno de los rubros económicos más golpeados por la actual cuarentena orientada a frenar expansión del COVID-19 es el de las industrias culturales y –en particular- el de la industria musical, muy dependiente del flujo masivo de público[1]. El caso del Perú no es la excepción e incluye además un elemento que complica bastante más esta situación: la altísima informalidad del sector.
¿Cómo medir el impacto económico de la cuarentena en esta situación? Hacer hoy una medición precisa de este impacto es imposible debido a que se carece de data: el Ministerio de Cultura, cercano a la década de existencia y –al menos en teoría- encargado de articular el sector, es todavía una entidad estatal cuasi periférica y con poca capacidad de acción real.
Por otro lado, los trabajadores del sector musical laboran -por lo general- de manera independiente, carecen casi siempre de representación gremial y la demanda laboral proviene de instituciones (agrupaciones, bandas, empresas de eventos, etc.) que muchas veces no se encuentran registradas legalmente, no tributan y sus actividades se encuentran -de facto- fuera del ámbito de acción de la normativa laboral vigente. Las grandes empresas formales productoras de eventos son pocas y focalizan sus actividades en la capital, mientras el resto del país queda en manos de pequeños productores o de los propios músicos y su capacidad de gestión. El streaming y el flujo económico que genera ha crecido pero es todavía algo nuevo y el músico promedio no conoce bien su funcionamiento; en consecuencia prefiere redes de distribución tradicionales.
Ante esta situación solo queda apelar a la intuición que proporciona la experiencia de campo para comprender la dimensión del daño: son varios los grandes conciertos y festivales que han sido cancelados por la cuarentena pero -por lo general- no se suele tener en cuenta los cientos de eventos, producciones pequeñas y miles de trabajadores del rubro que viven del día a día, fuera de las estadísticas. Aquí se encuentran, por ejemplo, las bandas patronales y orquestas de música popular y/o procesional, las “orquestas digitales” además de sonidistas, luminotécnicos y otros proveedores de servicios que -casi siempre- laboran de manera individual o en pequeñas organizaciones de tipo familiar.
Hay señales tenues de que esta crisis será enfrentada desde el Estado teniendo en cuenta al sector. El Perú es noticia a nivel mundial por un amplio plan de rescate que inyectará hasta el 12 % del PBI en la economía[1] pero el pronunciamiento del MINCUL ha llegado luego de un silencio prolongado y todavía no ha brindado ninguna medida precisa[2] más allá de mencionar que tomará en cuenta las iniciativas de empadronamiento del sector emprendidas por organizaciones ciudadanas y/o privadas[3].
Comprendemos que -dada la magnitud del rescate económico y la premura por enfrentar en todos los ámbitos una situación excepcional- todavía es pronto para decantarnos por una postura pesimista respecto de este pronunciamiento y solo nos queda estar atentos a los siguientes movimientos del aparato estatal. A corto plazo, el músico peruano deberá enfrentar la crisis solo, apelando a la creatividad, las cadenas de solidaridad y realizando un viraje en masa al mundo digital en un país con una red de Internet todavía deficiente. La educación musical, rubro alternativo para muchos músicos que comparte casi las mismas tasas de informalidad que el sector musical estricto, está optando por la modalidad online pero está por verse la recepción que tendrá en el mercado.
A largo plazo, creemos que es una tarea prioritaria del Ministerio de Cultura (y de Trabajo), conocer a fondo el rubro, hacer un censo detallado de sus actores y estar al tanto de las peculiaridades del sector, de manera que esto se refleje en una reglamentación efectiva. También es tarea urgente que los trabajadores del sector establezcan un frente común (creación de un sindicato unificado) que les proporcione representatividad y defensa de sus derechos. Esta entidad gremial debería establecer una actividad de formación continua en derechos laborales, de autor y conexos a la comunidad musical, que muchas veces desconoce el marco legal que regula (o intenta regular) al rubro. Finalmente, este mismo gremio musical debe cambiar su perspectiva de acción y orientar sus esfuerzos a ganar representatividad en el plano político, única manera de que las carencias históricas del sector lleguen a ser subsanadas de manera programática y a nivel de Estado.